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Foto del escritorPadiesha

"Yo, Aníbal", Juan Eslava Galán (1988).

“No os imaginéis una colonia maloliente de podridas casuchas de paja habitadas por indolentes esclavos al servicio de sucios agentes consulares, tan sólo obsesionados por sisar lo necesario para asegurarse una opulenta vejez en la metrópoli. Cádiz es una ciudad tan bella como Cartago y sin duda la más ilustres de Hispania. En sus limpias calles se alinean casas de hasta cuatro pisos de altura. Las más ricas rematan en terrazas y en torres mirador cuyas vigas refulgen con brillantes colores. Contando el número de las torres puedes saber cuántos ilustres comerciantes habitan la ciudad (…)”.




“(…) nos agasajaron con un banquete en el que no faltaron bellas bailarinas y exquisito garón, los dos famosos productos gaditanos. No hay nada como la danza gaditana para alegrar el abatido corazón de un hombre. Al compás de la música enervante, las hermosas muchachas semidesnudas ondulan muellemente sus aceitados cuerpos, adoptando provocativas actitudes. Las bailarinas gaditanas están habituadas a exhibir sus más íntimos encantos y saben inquietar a los que las contemplan con sólo agitar las firmes y atractivas caderas. Lascivas canciones, cuya letra ruborizaría a un mamporrero númida, acompañan al dulce estremecimiento de la carne.”


“Así son los españoles, muy capaces individualmente pero del todo inútiles e irresponsables para el esfuerzo coordinado. Probablemente constituyen el pueblo más insolidario que existe.”


“Después de los discursos de Hannón, Arbil visitaba a un número de senadores indecisos y les compraba el voto. Era liberal con los sobornos porque si las censuras de Hannón prosperaban, ello podría significar mi repatriación y proceso, quizá la cárcel o la confiscación y el destierro.”


“No existe nada que no se pueda arreglar con palabras o con dinero. ¿Para qué sirve el dinero? Se puede sobornar al Senado romano igual que sobornamos a la Balanza, los gobiernos están compuestos por hombres y cada hombre tiene su precio. Comprar gobernantes siempre saldrá más barato que derrocar pueblos con guerras y devastaciones.”


“El comercio es la pacífica solución a todos los problemas.”


“[Los tricorios, de la Galia Narbonense] Odiaban a todos los galos, especialmente a aquellos lóbregos que nos habían atacado la víspera. También odiaban a los etruscos y a los romanos. Al parecer odiaban a todo el mundo, aunque se les olvidó mencionar a los cartagineses.”




“Los romanos son buenos soldados. Tienen motivos para serlo. En los últimos cien años han estado constantemente en guerra. Se sienten libres y están orgullosos de ser romanos. Consideran un gran honor servir en el ejército. Sus sentimientos patrióticos forman parte del carácter nacional, como el orgullo, el sentido práctico o el cabello lacio oscuro. Cuando combatamos en su suelo no se detendrán ante ningún sacrificio.” “El sabio Amílcar solía repetir un axioma de Alejandro: la batalla campal se celebra en el lugar y ocasión que decide el que huye, no el que persigue. Por tanto has de huir si quieres escoger el terreno más favorable.” “Los soldados caían ávidamente sobre ciudades y caseríos y se enriquecían con el abundante botín, si bien la mayoría de ellos volvía a quedar tan pobre como al principio después de perderlo todo al juego del basileus, en el que solían entretener sus ocios campamentales. Los más hábiles en este juego se enriquecieron prontamente y muchos de ellos desertaron y lograron regresar a Hispania o a África por sus propios medios. Lo que no me parece censurable, puesto que un hombre rico raramente será un buen soldado.” “Atrapados en una bolsa compacta, incapaces de maniobrar, rodeados por todas partes de un enemigo al que –ahora lo recordaban-  nunca habían conseguido vencer, fueron presas del pánico.” “- Sabes vencer, Aníbal; pero no sabes qué hacer con tus victorias.” “Este Arquímedes había ideado catapultas y máquinas de guerras más potentes y certeras que las de los romanos. (…) Pero el invento más sorprendente del sabio consistió en ciertos espejos en forma de casquete capaces de concentrar los rayos del sol en un solo punto de las velas romanas, con lo que obraban el prodigio de incendiar las penteras enemigas a gran distancia. (…) Después de esto la defensa de la ciudad decayó hasta tal punto que los romanos pudieron conquistarla fácilmente. Cuando esto ocurría, el sabio Arquímedes se hallaba en la playa, donde solía pasea cada mañana. Un legionario romano lo encontró inclinado sobre la arena, meditando sobre cierto problema geométrico expresado en unas figuras que había trazado en el suelo. Antes de que el golpe fatal descargara sobre su cabeza, le dio tiempo a recomendar a su asesino: “No borres estos círculos”.”



“El que escribe es un anciano que aguarda la muerte. Pero entonces tenía treinta y siete años y había guerreado con los romanos, en suelo italiano, durante ochos años matando a doscientos mil de ellos sin haber sido derrotado ni una sola vez. Es más, a pesar de la aplastante superioridad de sus fuerzas no se atrevían a enfrentarse conmigo en campo abierto. Me seguían esquivando como en los días de mi mayor fuerza. No me di por vencido. Todavía permanecí otros siete años en Italia.”


“¿Quién era el hombre más venerable de Roma? Los romanos saben muy bien que, en el fondo, todos ellos son trapaceros y desleales. La virtud de que alardean en su vida pública no se corresponde en absoluto con los hechos de su vida privada.”


“- Es un ofrecimiento que llega con veinte años de retraso – les reproché ásperamente-. Si hubieseis creído en mí cuando os pedía refuerzos desde Italia ahora estaríamos en Roma.”


“(…) a pesar de la guerra, quizá incluso a causa de ella, los mercaderes habían prosperado sorprendentemente. Las ganancias habían aumentado en los últimos años (…). Un inusitado volumen de fletes hacia puertos griegos de Italia y del Adriático evidenciaba que nuestros conciudadanos habían estado negociando con el enemigo. Buques de dos mil ánforas salidos hacia Egipto revelaban que parte del grano extranjero que sostuvo a Roma durante los años de mis campañas en Italia procedía directamente de Cartago. (…) La conclusión era evidente: mientras el ejército cartaginés de Italia se desangraba sin recibir refuerzos, los senadores, incluso los más devotos defensores del partido bárquida, se habían estado enriqueciendo con el tráfico romano. Muchas venerables cabezas de los padres de la patria se inclinaron, incapaces de sostener mi iracunda mirada.”


“Hube de consentir que la flagrante traición a la república, un delito que en los pobres y desheredados se pena con la ceguera y la crucifixión, se redujera a la categoría de error sin mayor importancia. ¿Qué hubiera ganado Cartago si me hubiese sido posible crucificar a medio Senado? ¿Destruir la poca fe que el pueblo pudiera tener en sus gobernantes?”


“Aníbal murió a principios del verano. Escipión el Africano, su vencedor, falleció dos meses más tarde. Había pasado sus últimos años retirado en su finca campestre, voluntariamente alejado de Roma, donde sus enemigos en el Senado procuraban difamarlo. Redactó para su tumba este sencillo epitafio que también podría servir para la de Aníbal: “Mi ingrata patria no tendrá mis huesos”.”


“El Senador Catón se atrevió a formular en voz alta un deseo que era secretamente compartido por muchos colegas suyos. Se hizo famoso porque terminaba todas sus intervenciones en el Senado, independientemente del tema tratado, con las mimas palabras: “… praeterea censo Carthaginem esse delendam” (soy también de la opinión de que debemos destruir Cartago). (…) Cartago estuvo ardiendo durante diecisiete días. Las humeantes ruinas fueron consagradas a los dioses infernales, para que jamás fuesen habitadas nuevamente por el hombre. Finalmente, sembraron sal en los campos condenándolos al yermo. …ergo Carthago deleta est.”




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